sábado, 21 de noviembre de 2009

Testimonio de Vida

Dentro de nuestros temores, estaban todos, y cuando nació, quedaron despejados inmediatamente. Nuestro hijo era normal, hermoso, guapo, todo. Lo único que no habíamos previsto es que fuera sordo.

Nunca habíamos conocido a un sordo, ni en nuestra familia ni en nuestro entorno, así que nos creímos todo lo que nos iban diciendo. Gran parte de su futuro dependía de nuestro trabajo. Podría ser una persona, normal y autónoma, hablaría. Sí, hablaría. Aprendería a. hablar. Ahora no era como antes. Los sordos aprendían a hablar. Sólo se les notaba un poco el acento, como si fuera extranjero, “pero” trabajando mucho se lograban buenos resultados. Era una buen noticia. En realidad no era tan grave el problema, era cuestión de enseñarle a hablar.

El trabajo se planteaba en una dirección. El niño debía tener conciencia de la existencia del sonido. Llenamos nuestra casa de tambores, tabla china, cascabeles... Se trataba de sensibilizarle al sonido, tocando la lavadora, la batidora...: todo aquello que vibrara. El niño deberá fijarse en los labios, debíamos repetir las mismas frases y conseguir que nos mirase la cara.

Pero no había restos auditivos, y el trabajo era ímprobo. De ser un niño que señalaba siempre todo con el dedo, fue retirando su dedo, dejando de señalar las cosas y encerrándose en un mundo aislado.

Poco a poco llegó nuestra frustración y la de los logopedas que ante la ausencia de resultados positivos en el lenguaje empezaron a sospechar de la existencia de otros problemas asociados.

No quiero extenderme en todo lo que ha sido su educación, llena de luces y de sombras, de aciertos y desaciertos, pues no es el objetivo de esta reflexión.

Cuando nació nuestra segunda hija sorda, nueve años más tarde, soplaban otros vientos menos radicales en cuanto a la educación de los sordos, y sobre todo teníamos nosotros una experiencia que no pensábamos repetir. Priorizamos la comunicación desde el primer momento que supimos de su sordera. Nos importaba menos que fuera consciente del sonido que darle una repuesta cuando nos la demandaba, de cualquier manera. Cuando tenía año y medio era capaz de mantener una conversación sencilla con lengua de signos. Hoy cuenta con nueve años, lleva un implante coclear, utiliza la lengua de signos en determinadas situaciones y nunca le ha perjudicado su uso en la adquisición del lenguaje oral, que maneja perfectamente.

Recuperamos la comunicación con nuestro hijo, y día a día crece, aprende y lucha por ser algo en esta sociedad. El problema asociado era fundamentalmente una falta de conexión con la realidad y de comunicación.

Cuando los padres nos enfrentamos a la sordera, si no conocemos nada de ella tenemos que confiar en los profesionales que los atienden. Sin embargo, y al cabo de 17 años en contacto con este mundo de logopedas, profesores especialistas, etc., me doy cuenta que hay demasiada controversia, demasiado maestrillo con su librillo. Por eso la mejor conclusión que he sacado es que todos los métodos tienen algo importante que aportar. Seguir un único sistema puede dar buenos resultados, pero es arriesgado.

Me parece que es importante no perder de vista algunas cosas fundamentales:

-Garantizar una buena comunicación desde el primer momento.

-Garantizar una buena integración familiar.

http://www.eunate.org/testimonio2.htm

Nicolás Páez 2E # 24

No hay comentarios:

Publicar un comentario